
«Sol abrasador, Metal al máximo y un adiós a lo grande en el Rock Imperium 2025.»
Crónica Julia López, Fotos Crom
29 de junio de 2025 – Rock Imperium Festival (Parque El Batel, Cartagena)
Hola, me llamo Julia. Quiero contar cómo viví el cuarto y último día del Rock Imperium Festival 2025 en Cartagena. Llegamos al domingo 29 de junio con sentimientos encontrados: la jornada más esperada (y más metalera 🔥) estaba aquí, pero también significaba el final de esta aventura. A mi temprana y con poca experiencia en conciertos, ya había sobrevivido a tres días intensos (¡y aprendido un montón!), la verdad es que no tenía claro que pudiera resistir 4 duros e intensos días de festival, pero prueba superada!.
Mi padre y yo entramos al recinto más tarde que ningún otro día, habáimos aguantado como campeones hasta ahora, si empezaban los conciertos a las 2 de la tarde, nosotros llegábamos un cuarto de hora antes…. y yo me iba a los puesros de comida mientras mi padre se dirigía al foso con la primera banda, porque él dice que todas merecen su escaparate… y tiene razón, pero eso implicaba que él no comía hasta bien entrada la tarde, porque además las primeras en tocar lo hacen con escaso margen de tiempo. Así que este último día, cambiamos nuestra rutina, nos fuimos a comer temprano al mismo bar que los días anteriores, pero esta vez a comer a una hora «más decente», y con dos asiáticos mi padre cargaba sus pilas para afrontar la última jornada, con dos bandas damnificadas que no pudimos disfrutar: Acrónica yLampr3a, de esta última acanzamos a escuchar un par de canciones, es un grupo instrumental de metal progresivo/djent que dejó a más de uno con la boca abierta. Aquí va mi crónica de ese último día, contada desde la mirada de una chica joven que vivió su primer festival de metal de forma inolvidable.
Vendetta FM: El sol seguía picando fuerte cuando regresamos al escenario principal para Vendetta FM, pero la energía de esta banda murciana no conoce límites ni temperaturas. Vendetta FM se mueve entre el groove metal, el metal alternativo y toques de hardcore/rap, una mezcla que hizo temblar el suelo de Cartagena. Aquí volví a buscar cobijo unos minutos, pero en cuanto sonaron los primeros acordes decidí acercarme un poco más al meollo, ¡era imposible resistirse!
“Buenas tardes, Cartagena… ¡la vamos a liar!” rugió el vocalista Jacoba nada más salir, y vaya si cumplió. Arrancaron con “Preparado para Luchar”, una declaración de intenciones con riffs agresivos y letras llenas de rabia. El bajo de Germán retumbaba mientras él sacudía su melenón sin parar. Desde el primer tema, el grupo mostró un aplomo increíble. Jacoba cruzaba el escenario con pisadas fuertes, escupiendo cada frase con furia. Yo saltaba a su ritmo desde un lateral, sintiendo cómo el suelo vibraba bajo mis pies.
No todo fue rodado: por desgracia tuvieron algunos problemillas técnicos. En la segunda canción, “Give It Up”, la guitarra de Víctor dejó de sonar por completo. ¿La reacción de Jacoba? Seguir adelante, levantar el dedo corazón al aire y rapear las partes vocales con más ganas todavía 🤘. La base rítmica aguantó el tipo hasta que volvieron las seis cuerdas. Lejos de venirse abajo, la banda lo tomó con humor y agresividad a la vez. Cuando solucionaron el fallo, ya estaban lanzados con “Apología del Fracaso”, un tema contestatario en el que Jacoba no tuvo pelos en la lengua. A esas alturas yo ya me había olvidado del calor y estaba metida entre el público, dando botes y coreando lo que podía de los estribillos. ¡La adrenalina pudo más que el sol!
Vendetta FM no dejó que nada arruinara su show. Ni una manguera medio rota que intentaba refrescarnos (y terminó salpicando a todos) ni otro apagón momentáneo de la guitarra frenaron la fiesta. En “Llama Inmortal”, Jacoba incluso bajó del escenario al foso y se acercó a la valla para cantar con nosotros, compartiendo ese calor criminal cuerpo a cuerpo. Yo le veía la cara roja, entre el sofoco y la entrega total.
El set avanzó con trallazos como “Hombre Nuevo” (¡qué caña de batería de Jorge en esta!) y “Siempre Fuertes”, en la que Jacoba se arrodilló dramáticamente al comenzar para enfatizar la letra. Cada vez que la guitarra fallaba, improvisaban un poco, hablaban con el público o metían algún grito para mantenernos enchufados. Y vaya si lo consiguieron, porque nadie se movió de allí a pesar de los baches de sonido.
Tras otra pausa obligada para arreglar el bajo (¡sí, también el bajo tuvo su momento de huelga! 🙈), llegó la recta final. Con todos los cables funcionando, dispararon “La Ley de la Calle”, un tema súper agresivo. Aquí se formaron unos pogos tremendos bajo el sol abrasador. Vi a Jacoba hacer surf de cuerpos por un momento y luego lanzarse él mismo al moshpit, volviendo lleno de polvo pero con una sonrisa salvaje. La locura máxima vino con “Espíritu de Lucha”: el cantante pidió un wall of death (dos grupos de gente separados que chocan al empezar la canción), y aunque el suelo ardía, muchos se animaron. Cuando la batería marcó el ritmo, ambas mitades del público chocaron en una nube de arena y sudor… ¡una pasada! Yo me mantuve un poquito al margen de ese choque, lo admito, que una es valiente pero todavía novata 😅. Aún así, acabé salpicada de la energía (y del polvo) de ese momentazo.
Para cerrar su concierto, Vendetta FM nos dejó “De Por Vida”, coreando todos el estribillo con el puño en alto. Germán (el bajista) se subió a la tarima de la batería en plan triunfador, y el grupo terminó por todo lo alto, agradeciendo al público su entrega a pesar de todos los contratiempos. Cuando acabaron, yo estaba destrozada físicamente: completamente sudada, con la camiseta llena de polvo… ¡y felices todos! Vendetta FM había venido a dar guerra y vaya si la dio. Este concierto, lleno de fuerza bruta y actitud, demostró que con garra y pasión se supera cualquier obstáculo técnico. Sin duda, los murcianos dejaron claro por qué son una de las promesas nacionales del metal alternativo.
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Death Angel: Apenas tuve tiempo de dar un trago largo de agua y ya estábamos moviéndonos hacia el otro escenario, porque se venía algo legendario: Death Angel. Desde la Bahía de San Francisco (cuna del thrash metal 🍻), esta banda mítica vino decidida a arrasar Cartagena. Mi padre es muy fan del thrash ochentero, y noté cómo sus ojos brillaban esperando ver a estos veteranos en acción. Yo también tenía muchas ganas, porque el thrash es de esos estilos que en directo te hace vibrar sí o sí. Así que nos pusimos bien cerca del escenario 2, ya con sombra extendiéndose (¡menos mal!), listos para el torbellino.
Death Angel salió a por todas desde el minuto uno. Arrancaron con “Mistress of Pain”, un clásico antiguo que desató el headbanging de toda la peña alrededor. Creedme, fue automático: sonó ese riff inicial y cabezas arriba y abajo en sincronía. Yo me sujeté bien las gafas (aprendí a llevar gafas de sol baratas al pogo 😎) y me uní a la fiesta. ¡Qué energía desprendía el cantante, Mark Osegueda! A pesar del calor, Mark apareció con su melena al viento, moviéndose sin parar, y su voz… ¡madre mía, qué voz! Pasó de agudos a rasgados con una facilidad pasmosa, sonando incluso mejor de lo que esperaba para alguien con tantos años de carretera. Después enlazaron con “Voracious Souls”, otra joya de sus inicios, y aquello ya era un no parar: pura tralla old-school, rápida y afilada.
La banda tenía un sonido perfecto. Cada instrumento se escuchaba claro, desde los riffs demoledores de Rob Cavestany en la guitarra hasta el bajo y la batería marcando el ritmo frenético. Me encantó “I Came For Blood”, un tema más moderno (de su disco Humanicide) que sonó brutal y demostró que Death Angel sigue sacando música cañera en la actualidad. Aquí algunos aprovecharon para montar el primer moshpit fuerte de la tarde: un corro de gente corriendo en círculos y empujándose con una sonrisa de oreja a oreja. Yo di un pasito atrás para no acabar rodando por los suelos, pero disfruté viendo la locura thrash en todo su esplendor.
Tras semejante trallazo, Mark se tomó un respiro para dedicarnos unas palabras. Dijo algo así como que estaba orgulloso de todos los que vivimos el metal extremo con pasión, que aquello era una hermandad, etc. ¡Pelos de punta, oye! Y acto seguido presentaron “The Dream Calls for Blood”, titulazo que cayó como una bomba y mantuvo vivo el frenesí. Hacia la mitad del concierto sonó “Buried Alive”, y otro pogo se formó espontáneo; a esas alturas yo ya tenía un ligero pitido en los oídos y una sonrisa permanente. Veía a gente joven, mayor, incluso a algunos miembros de otras bandas mirando desde un lado del escenario, todos disfrutando de esta clase magistral de thrash.
Los de Death Angel también nos regalaron un tema nuevecito: “Wrath (Bring Fire)”. Al anunciarlo, Mark dijo que esperaban que fuera parte de su próximo álbum. Sonó cañera, fiel a su estilo, y fue guay estar entre los primeros en oír material nuevo en directo. Para cuando atacaron “The Moth”, de un disco reciente, la comunión banda-público era total. Hubo circle pit (todos corriendo en círculo frenético) y no decayó la intensidad ni un segundo. Rob, el guitarrista, no paraba de sonreír mientras destrozaba su guitarra con solos y riffs; al final incluso estuvo repartiendo púas entre las primeras filas, un detallazo para los fans.
Como todo lo bueno, el concierto llegó a su fin, pero de manera apoteósica. Death Angel se despidió con “Thrown to the Wolves”, temazo que enlazaron con un trocito instrumental de “The Ultra-Violence” (una pieza mítica de su primer disco). Fue el colofón perfecto: velocidad, técnica y agresividad en estado puro. Mi padre y yo terminamos sudando y aclamando a la banda con las manos enrojecidas de tanto aplaudir. ¡Qué subidón nos dejaron! Se marcharon dándonos las gracias y diciendo que era su último show de la gira europea, así que querían que fuera especial. Y vaya si lo fue: corto pero intensísimo, nos quedamos con ganas de más, aunque por suerte la fiesta thrasher no terminaba ahí…
Municipal Waste: …Porque sin casi descanso llegó Municipal Waste para rematar la faena y poner el festival patas arriba. 😜 Si Death Angel calentó el ambiente, estos locos de Richmond (Virginia, USA) lo incendiaron definitivamente, pero en plan fiestero. Municipal Waste practican un thrash/crossover muy divertido, desenfadado y party-hard, el tipo de música perfecta para desmelenarse (literalmente) y olvidarse de todo. En cuanto subieron al escenario principal, la estética ochentera de la banda ya sacó sonrisas: chalecos vaqueros sin mangas llenos de parches, muñequeras de tachuelas, pantalones ajustados… ¡y actitud gamberra al 100%!
Arrancaron con “Sadistic Magician”, y de inmediato vi a gente tirarse en crowdsurfing (eso de lanzarse sobre el público y viajar en volandas). Incluso apareció una barca hinchable surfeando sobre las manos de la peña, con un chico montado dentro remando con una pala imaginaria 😂. ¡No daba crédito a mis ojos! El vocalista, Tony Foresta, resultó ser un showman de primera: entre canción y canción no paraba de soltar bromas. Nos señaló a algunos que estábamos medio escondidos bajo los árboles del lateral y dijo riendo: “¡Eh, los de la sombra, venid aquí, que sudar es sexy!”. No pude evitar reír mientras avanzaba unos pasos más al centro (total, a esa hora ya el sol estaba bajando un poquito y yo ya estaba pringada de sudor desde hacía rato 😅).
Con “Slime and Punishment” montaron el primer circle pit gigantesco del concierto. La gente corrió en círculos mientras en la pantalla del fondo aparecía el logo del grupo… hasta que la pantalla se quedó congelada. Fue un fallo técnico gracioso, porque ni la banda pudo evitar reírse al ver su logo ahí pillado. Pero nada importaba: Municipal Waste seguían disparando canciones cortas pero intensas a toda pastilla. De hecho, Tony bromeó diciendo “¡Nos queda poco tiempo, así que tocaremos 14 canciones más!”, exagerando porque cada tema dura minuto y pico. Y no andaba desencaminado: enlazaban una tras otra.
Cada canción venía con su locura: en “Breathe Grease” el frontman animó al público a oler su propio sudor (“eau de metal”, supongo 😂). Con “Grave Dive” y “You’re Cut Off” apenas podíamos tomar aire entre riff y riff. Las risas seguían cuando Tony anunció a modo de chiste que nos quedaríamos sin cuello al día siguiente, pero que valdría la pena. Y sinceramente, ¡tenía razón! Mis cervicales empezaban a quejarse, pero era imposible no dejarse llevar.
En medio de la vorágine sonó “Wave of Death”, y Tony aprovechó para bajar del escenario y unirse a nosotros un rato. Se acercó a la valla y uno de los chicos de seguridad le dio una buena ducha con la manguera de agua fresca (detalle que todos agradecimos durante todo el festival). Ver al cantante empapándose junto al público mientras la banda seguía tocando fue de lo más divertido. También lanzaron varias pelotas hinchables de playa al público durante “Blackout Stage”, convirtiendo aquello en una especie de fiesta playera thrash. ¡Solo faltaba la sombrilla!
Municipal Waste continuó desgranando trallazos como “High Speed Steel” o “Crank the Heat”, todos al grito de “¡hey, hey, hey!” y con la multitud haciendo crowdsurfing constante. Se notaba que era su último concierto de la gira europea (al igual que lo fue para Death Angel), estaban de muy buen humor y querían que fuese inolvidable. De hecho, vi a algunos miembros de Death Angel a un lado del escenario disfrutando del show y riéndose con las ocurrencias de Tony. Hubo un momento en que Tony lanzó una pullita a los técnicos del otro escenario porque se colaba algo de ruido durante un silencio, pero todo de buen rollo.
La traca final llegó, cómo no, con “The Art of Partying” y “Born to Party”. En “The Art of Partying” aquello era un polvorín: circle pit, moshpit, gente saltando… una auténtica fiesta thrash como manda la canción. Y el colofón “Born to Party” vino con el estribillo coreado a voz en cuello: “Municipal Waste is gonna fuck you up!” Todo el mundo lo gritó a la vez, y en ese instante supe que este concierto quedaría grabado en la memoria colectiva del festival. Cerraron su descarga dejando el escenario patas arriba (literalmente lleno de pelotas, confeti y vaya a saber qué más), y con una ovación enorme. ¡Qué barbaridad de diversión! Tras semejante demostración, me quedó clarísimo que el público del Rock Imperium quiere más thrash metal en futuras ediciones. Yo, por lo pronto, me quedé sin aliento y con agujetas hasta en las pestañas de tanto reír, saltar y headbangear.
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D-A-D: Después de la tormenta thrasher, tocaba un cambio de tercio hacia sonidos más melódicos y festivos. Desde Dinamarca llegaba D-A-D (acrónimo de Disneyland After Dark), una banda legendaria de hard rock con más de 40 años de carrera. Admito que tras la tralla de Municipal Waste, mi corazón aún latía a mil por hora. D-A-D era una de las bandas favoritas de mi padre en el cartel, así que él estaba emocionado; yo, en cambio, solo conocía un par de canciones, pero tenía curiosidad por ver su show porque me habían dicho que eran muy entretenidos en directo. Era final de tarde, el sol por fin se escondía un poco, y aproveché para beber agua, acomodarme con mi padre en un buen sitio frente al escenario principal y relajar el cuello. Nos esperábamos un concierto más tranquilo… ¡pero menuda sorpresa nos llevamos con la que montaron estos daneses!
Salieron a escena con una escenografía sencilla pero llamativa: un enorme cartel al fondo con su logo completo (“Disneyland After Dark”) y unos amplificadores decorados. El batería Laust Sonne apareció marcando un ritmo potente, sin camisa y con una sonrisa pícara. De golpe, los hermanos Binzer tomaron el frente: Jesper Binzer (voz y guitarra) saludó con su voz rasgada diciendo “¡Hola Cartagena, estamos D-A-D!”, mientras Jacob Binzer rasgaba los primeros acordes de “Jihad”, un clásico de su repertorio. Esa canción puso a rockear a todo el mundo con su rollo hard rock ochentero pegadizo.
Para mi sorpresa, yo también me enganché rápido al ritmo: era imposible no mover el cuerpo con esos riffs tan chulos. Siguieron con “1st, 2nd & 3rd” y “Girl Nation”, canciones divertidas y con mucho coro para cantar. Jesper resultó ser un frontman con mucho carisma; se le veía feliz de estar allí, gesticulando y haciendo participar al público. Y hablando de personajes, ¡qué decir del bajista Stig Pedersen! Este hombre es todo un espectáculo en sí mismo: llevaba un bajo de dos cuerdas (sí, solo dos, y sonaba genial) con un diseño distinto en cada canción. Primero sacó uno brillante color plata, luego otro transparente que parecía de cristal… una pasada de originales. Además, Stig iba vestido de forma estrafalaria, con una especie de chaqueta metálica sin mangas y unas gafas futuristas. No paraba de hacer poses y gestos divertidos, y en un momento dado, entre canción y canción, ¡se dio la vuelta y nos enseñó el trasero al público! 😂 Sí, tal cual, se bajó un poco los pantalones mostrando las nalgas en son de broma. Obviamente, esto desató risas y aplausos, y hasta Jesper comentó riendo algo al micro sobre que “así es el estilo danés de deciros hola”. Yo me llevé las manos a la cara entre escandalizada y muerta de risa, ¡vaya personaje!
Musicalmente, D-A-D nos dio justo ese respiro alegre que necesitábamos sin bajar demasiado las revoluciones. Tocaron muchos de sus éxitos de hard rock melódico. Hubo momentos geniales como “Riding With Sue”, que tenía un aire sureño y festivo; durante este tema Stig volvió a sus travesuras y subido a una plataforma hizo como que cabalgaba su bajo (¡y otra vez medio culo al aire, madre mía, este señor no tiene vergüenza! 🙈). Jesper, por su parte, decidió bajar del escenario durante “Grow or Pay” y acercarse a las primeras filas para cantar junto a la gente. En ese instante todos a mi alrededor alzaron sus vasos de cerveza y corearon el estribillo con él. Aunque yo no me sabía la letra, me uní tarareando la melodía y chocando mi botella de agua con la de mi padre en plan brindis. ¡El buen rollo era contagioso!
También presentaron algún tema nuevo, como “The Ghost”, de su último disco Speed of Darkness. Este sonó un pelín más oscuro y moderno; he de confesar que a mí no me enganchó tanto, pero sirvió para que Stig se subiera encima del bombo de la batería tocando el bajo, en plan “miradme, soy un fantasma rockero”. Este hombre no paraba quieto ni un segundo 😅. Por suerte, pronto volvieron a la carga con más clásicos. “Rim Of Hell” aportó un toque bluesy elegante que le dio variedad al repertorio, mientras que “Monster Philosophy” hizo que muchos asentáramos la cabeza al ritmo de su pegada.
El momento álgido para mi padre (y muchos veteranos del lugar) fue cuando sonó “Bad Craziness”: un temazo cañero de los 90 que aquí incluyó un solo de batería extendido. Laust Sonne aprovechó para lucirse, golpeando con fuerza y técnica mientras el resto de la banda animaba al público a aplaudir. Fue impresionante ver cómo la gente mayor a mi lado sabía exactamente cuándo gritar o cantar cada parte, señal de que D-A-D tiene un público fiel. Para mí fue muy divertido aprender en el acto, casi como estar en una clase práctica de clásicos del rock 😊.
Ya para cerrar, Jesper agradeció a la organización por el tiempo extra de show que les habían dado (al parecer alargaron su set debido a la cancelación de otra banda). Terminaron con “Sleeping My Day Away”, posiblemente su canción más famosa. ¡Y vaya cierre! Desde el primer riff reconocí el tema (creo que mi padre me la había puesto alguna vez en casa) y la cantamos todos juntos. Esa melodía pegadiza se extendió por todo el Parque El Batel, con el público balanceándose y coreando “sleeping my day awaaaaay” a pleno pulmón. Stig, por supuesto, no se fue sin un último numerito: durante el solo final volvió a enseñarnos sus nalgas como despedida, lo cual generó una mezcla de carcajadas y aplausos. ¡Menudo show nos brindaron estos daneses locos!
Aunque personalmente a mí me costó conectar al 100% con el estilo más suave después de tanta caña anterior, tengo que reconocer que D-A-D dieron un concierto muy entretenido y bien ejecutado. Supieron sacarle partido a esa hora extra y dejaron contentos tanto a sus fans de toda la vida como a jóvenes como yo, que quizá no los teníamos en el radar. Fue un buen cambio de aires antes de sumergirnos nuevamente en sonidos más oscuros. Y es que la noche caía, y con ella regresaba la atmósfera metalera más introspectiva en el escenario vecino…
Soen: Con el cielo de Cartagena tiñéndose de naranja y las primeras estrellas asomando tímidamente, llegó el turno de Soen en el escenario 2. Esta banda sueca de metal progresivo y atmósferas oscuras era perfecta para la hora crepuscular. Confieso que tengo debilidad por las melodías melancólicas y potentes, así que estaba deseando verlos. Soen ya habían tocado en este festival dos años atrás, pero obviamente para mí era la primera vez. Me abrí paso nuevamente hacia las primeras filas del escenario pequeño, ahora que el calor daba tregua y la muchedumbre se había distribuido. Se sentía en el ambiente una expectación más tranquila pero intensa: muchos fans con camisetas de Soen alrededor, listos para dejarse llevar por su música emotiva.
El concierto de Soen comenzó de forma muy cinematográfica. Sonó una narración épica como introducción mientras los músicos tomaban posición entre humo y luces azuladas. De pronto, sin más dilación, arrancaron con “Sincere”, una canción de su disco Imperial. Desde el primer acorde noté la piel de gallina: la voz de Joel Ekelöf es algo especial, te envuelve. Joel apareció con un gran pañuelo rojo al cuello que ondeaba mientras él cerraba los ojos y cantaba esas melodías tan sentidas. A su lado, el guitarrista Cody Lee Ford lanzaba riffs densos pero a la vez llenos de groove, y el teclista/guitarrista Lars Åhlund alternaba entre añadir capas de teclado atmosférico y reforzar las guitarras. La base rítmica, con Martín López (ex-Opeth) en la batería y Stefan Stenberg en el bajo, sostenía todo con elegancia y potencia. Sonido impecable desde el primer tema.
Continuaron con “Martyrs”, del álbum Lotus, una de mis favoritas.
Esa canción tiene cambios rotundos de intensidad: pasa de pasajes suaves, casi susurrantes, a un estribillo enorme. Y la interpretaron de maravilla. Lars se lució aquí creando un aura íntima con el teclado, mientras Cody bordaba el riff principal nota por nota. Noté que la distorsión de la guitarra tenía un tono un poco distinto, como más agudo de lo habitual, pero no le restó calidad. Al contrario, le daba un toque crudo en los momentos más fuertes. Yo canté el estribillo junto con Joel (aunque dudando si mi voz sonaba decente, jaja), y fue precioso ver a tanta gente cantando esas letras profundas a coro.
Soen logró transportarnos; a pesar de tocar en un festival al aire libre y aún con algo de luz diurna, crearon esa atmósfera íntima típica de ellos. Martín López, desde la batería, manejaba los tempos con una sutileza impresionante, pasando de compases complejos a ritmos directos sin esfuerzo aparente. Hubo también espacio para canciones más accesibles: “Unbreakable” sonó más dura en vivo que en disco, con el estribillo coreado por el público (yo incluida, claro 😄). Incluso soltamos algunas palmas cuando la banda animó discretamente en la parte final ahogada entre humo escénico. En “Deceiver”, una de las más cañeras de Imperial, Cody y Lars se unieron a Joel en los coros, dándole aún más fuerza al momento.
Soen también sabe meter caña. Recuperaron la fuerza con “Modesty”, donde Martín demostró su habilidad en ritmos progresivos complicados con una facilidad pasmosa. Los músicos interactuaban entre ellos: en un momento Martín y Stefan (batería y bajo) se sonrieron asintiendo al mismo compás, mientras Joel se apoyaba dramáticamente contra un monitor frontal cantando la última nota. Fue muy teatral. Nos contaron que Stefan (el bajista) acababa de reincorporarse este año tras un tiempo fuera, y desde luego parecía que no se había ido nunca.
La parte final del concierto fue apoteósica. Martín tomó el micro brevemente para agradecernos en español (él es uruguayo de origen) todo el apoyo, lo cual se llevó un aplauso cálido. Y entonces llegó una de las más esperadas: “Lotus”. ¡Qué maravilla de canción! Abrieron con los arpegios delicados de guitarra entre niebla, y Joel cantó con una sensibilidad que se podía cortar en el aire. Creo que todos los allí presentes nos sentimos conectados en ese momento, tarareando el estribillo “we carry a lotus in our hearts…” a media voz. Fue sencillamente mágico; tenía un nudo en la garganta de la emoción. Y cuando explotó la parte final con toda la banda, confieso que se me escapó alguna lágrima de felicidad. Esta canción fue como un abrazo colectivo.
Soen nos regaló un concierto fabuloso, perfectamente equilibrado entre la delicadeza y la potencia. Aunque una parte de mí hubiese preferido verlos de noche cerrada para disfrutar aún más de su atmósfera, no me puedo quejar: sonaron impecables y nos hicieron sentir. Salí de allí con el corazón encogido y expandido a la vez, si eso tiene sentido, todavía tarareando en mi mente los coros de Lotus. La noche ya había caído del todo, y ahora sí, estábamos listos para recibir a unos titanes del metal que han marcado generaciones…
In Flames: Llegaba uno de los momentos más esperados por muchos metaleros (incluida yo misma 😍): la actuación de In Flames. Esta banda sueca, pionera del death metal melódico, fue cabeza de cartel en el escenario principal antes del gran cierre. Para mí era un sueño hecho realidad porque llevo tiempo escuchando sus canciones clásicas gracias a mi padre y Dioses del Metal, la web que fundó hace 13 años y donde he leído algunas reseñas de sus discos. Les tengo un cariño especial, y estaba a punto de verlos en vivo por primera vez.
Imaginad los nervios y la emoción que tenía mientras me abría camino hacia las primeras filas con determinación. ¡Ya no sentía cansancio ni nada, solo pura adrenalina! A nuestro alrededor, la marea de gente crecía; se notaba que muchos habían comprado entrada solo para este domingo principalmente por In Flames y Lindemann. El ambiente estaba cargado de anticipación. Tras los ajustes de rigor, las luces del escenario se apagaron dejando solo unos tubos fluorescentes brillando en la oscuridad junto al logo de la banda… era la hora.
Sin más preámbulo, In Flames arrancó a tope con “Pinball Map”, un clásico de su disco Clayman del año 2000. ¡Qué manera de empezar! El sonido entró arrollador: guitarras afiladas, batería atronando y Anders Fridén gritando con la fuerza de un trueno. La reacción del público fue una explosión inmediata: miles de personas nos pusimos a saltar y a cantar esas líneas iniciales como si no hubieran pasado 25 años desde que se estrenó la canción. Yo me sabía el estribillo de tanto escucharlo en casa, así que grité “the pinball speaks to me!” liberando toda la emoción acumulada. Anders, con sus rastas y su energía inagotable, se movía por el escenario sonriendo al ver la respuesta. Desde ese momento supe que este concierto sería algo especial. ✨
No dejaron que tomáramos aire y ya estaban tocando “Deliver Us”, otro temazo, este de Sounds of a Playground Fading. Es una canción muy melódica y emotiva que me trae buenos recuerdos, así que la canté a pleno pulmón. Anders animaba a todos a participar, extendiendo el micro hacia la multitud en el estribillo. Yo veía a mi alrededor caras de felicidad, gente abrazándose y cantando juntos. Es increíble cómo In Flames tiene esa mezcla de caña y melodía que une a los metaleros más duros con los más melancólicos.
El repertorio fue como un viaje en el tiempo por su discografía. Tocaron piezas recientes como “In the Dark” (del Foregone también), que en vivo sonó muy potente con esos toques más modernos, seguida de “Voices” (de I, The Mask), cuyo ritmo machacón hizo que todo el mundo saltara coordinado. Pero sabían perfectamente que en un festival había muchos fans veteranos, así que nos fueron regalando clásicos uno tras otro: cuando sonó “Coerced Coexistence” del disco Colony, vi a varios metaleros cuarentones perder la cabeza de la emoción. Anders adaptó un poco su forma de cantar las partes viejas (algunas las hace con tonos diferentes ahora), pero sonó brutal igualmente, dejándose la piel para llegar a los guturales de antaño.
Lo que vino después fue una seguidilla mágica: “Cloud Connected” (¡cómo coreamos ese “we are, we are, we are…”! 🔥), seguida de “Trigger” y la infaltable “Only for the Weak”. Tengo que detenerme un segundo en “Only for the Weak” porque fue quizás EL momento del concierto. Es la canción himno de In Flames, y en cuanto arrancó su riff inconfundible, ocurrió algo único: todo el Rock Imperium saltando al unísono. Cuando digo todo, es todo — miraras donde miraras, la gente saltaba como si el suelo quemara (¡y eso que a esas horas ya se había refrescado!). Anders dejó de cantar en partes para escucharnos a nosotros, y aquello parecía un coro gigante. Yo gritaba la letra con una sonrisa de oreja a oreja, sintiendo que formaba parte de algo enorme. Fueron unos minutos de euforia colectiva que me ponen la carne de gallina solo de recordarlo.
Tras semejante subidón, continuaron combinando épocas. “Meet Your Maker”, otro tema nuevo cañero, mantuvo la intensidad bien arriba. Y de pronto, nos devolvieron a la adolescencia (bueno, en mi caso a la infancia ajena, jaja) con “The Quiet Place”. Este tema de Soundtrack to Your Escape tiene un rollo más industrial y coreable que muchos criticaron en su día, pero ahí estábamos todos, cantando “Spirits in time…” porque al final es imposible resistirse a un buen estribillo. Anders aquí se mostró especialmente comunicativo, se notaba emocionado viendo a la gente tan entregada. Dijo algo como que nunca olvidará noches así, y que nos agradecía de corazón estar allí apoyándoles después de tantos años. ¡Aww! 💖
La traca final del show llegó con más artillería de Foregone y un repaso a sus himnos modernos. “State of Slow Decay” sonó demoledora, con doble bombo disparado y Anders alternando guturales feroces con su voz áspera melódica. ¡Qué caña de directo tiene esta canción! Sin darnos respiro, encadenaron “Alias” (del A Sense of Purpose), donde volvimos a cantar en masa ese “We are ghosts of the concrete world”. Personalmente, me encanta ese tema y parece que al público también, porque retumbó todo el parque.
Ya con la adrenalina por las nubes, Björn Gelotte (guitarrista principal) nos regaló el riff inicial de “The Mirror’s Truth” y aquello fue otro momento de locura colectiva. Este corte es súper pegadizo y todos nos dejamos la voz en el oh-uh-oh del coro. Para entonces Anders nos miraba con cara de orgullo, como diciendo “¡lo estáis dando todo, gracias!”. Finalmente, nos fueron preparando para el cierre: “I Am Above” (de I, The Mask) explotó con sus guitarras machaconas y su letra desafiante que gritamos con rabia (ese “This is the end for you, my friend” lo canté señalando al aire, imaginando desterrar cosas negativas de mi vida, jaja, me vino la vena dramática). Y como colofón absoluto, In Flames nos regaló una dupla de infarto: “Take This Life” y “My Sweet Shadow”, dos himnos del discazo Come Clarity.
En “Take This Life” se armó un circle pit enorme detrás de mí, pero yo estaba tan enfocada cantando y saltando en las primeras filas que ni me inmuté de la polvareda que se levantó. Es una canción rapidísima que Anders cantó como en sus mejores tiempos, ¡yo no sé de dónde sacó tanto aire! Y ya “My Sweet Shadow” fue el broche perfecto; esa melodía inicial nos puso a todos melancólicos pero eufóricos a la vez, sabiendo que era la despedida. Cantamos “I won’t let the world break me” a voz en grito junto con Anders, en medio de luces rojas y azules bañando el escenario. Uno de los últimos recuerdos que tengo es a Anders Fridén llevándose la mano al corazón, claramente emocionado, mientras decía “¡Gracias, España, gracias Cartagena!” y prometía que volverían. Fue un concierto apoteósico, sin duda de lo mejor del festival. In Flames demostró que están viviendo una segunda juventud: sonaron actuales, sonaron clásicos, sonaron inmejorables. Yo me quedé afónica, agotada y feliz, totalmente en llamas (como su nombre), lista para el gran cierre de la noche que aún faltaba.
Lindemann: El momento cúspide, el gran nombre que encabezaba el cartel de este Rock Imperium 2025: Till Lindemann. El famosísimo vocalista de Rammstein traía su proyecto en solitario a Cartagena, y desde luego la expectación era máxima. Ya era de noche cerrada en el Parque El Batel cuando cientos de personas se agolparon frente al escenario principal para presenciar un espectáculo que prometía ser diferente a todo lo anterior. Yo había oído historias de los conciertos de Rammstein (puro fuego y polémica), y sabía que Till en solitario también era bastante provocador. Aun así, nada me había preparado del todo para lo que estaba a punto de ver. Me acomodé hacia un lateral relativamente cerca del frente, junto a mi padre (que aunque no es muy fan del industrial, estaba tan intrigado como yo). Las pantallas gigantes empezaron a emanar imágenes viscosas y perturbadoras mientras el escenario se teñía de rojo intenso… la mesa estaba servida para algo grotesco y fascinante a la vez.
De repente, explosionan los altavoces con “Zunge”, la canción que da título (en alemán) al espectáculo actual de Lindemann. Aparecen los músicos, ¡y qué pintas! Todos vestidos de látex rojo de pies a cabeza, como si fueran criaturas salidas de una película de terror futurista. El batería, Joe Letz, iba especialmente llamativo: llevaba una máscara que mostraba una dentadura terrorífica y unos pechos postizos de goma que rebotaban cómicamente cuando empezó a tocar (sí, leíste bien: ¡llevaba tetas de goma al aire!). Las dos guitarristas de la banda, Dani y Emily, iban también en atuendo rojo ajustado, casi sadomaso, y la teclista Constance Antoinette tenía su rincón rodeado de sintetizadores formando una especie de cuadrilátero estrafalario. Y en esto que aparece Till Lindemann en persona, ataviado con un abrigo largo de peluche rosa chicle, gorra a juego y botas militares. Un contraste tremendo con la estética roja sangrienta de fondo. Cuando Till se acercó al micrófono central, las pantallas mostraron su boca en primer plano (una toma súper extraña y un poco desagradable, la verdad, con saliva y todo). Empezó a cantar y aquello fue un cañonazo industrial: la banda sonaba impresionante, con bases electrónicas atronadoras apoyando las guitarras.
Cn “Zunge”, ya de entrada, Till daba patadas a los micrófonos y hacía gestos de loco, con los ojos muy abiertos y la lengua fuera (la palabra Zunge significa lengua, de hecho). Tras esa apertura, vino “Schweiss” (que significa sudor). Esta canción la adornaron con gestos bastante guarros: Till simulaba que olía sobacos y otras zonas poco decorosas, haciendo caras de placer asqueroso. Yo no sabía si reír, taparme los ojos o ambas cosas 😂, pero desde luego estaba hipnotizada por la extravagancia.
En “Fat” (del disco Skills in Pills, que es el único en inglés que sacó con este proyecto) llegaron imágenes en las pantallas bastante fuertes: gente obesa comiendo sin parar de forma casi pornográfica. Till, por su parte, pateaba el suelo al ritmo y jugaba a ser un maniático en escena. Una cosa estaba clara: no había censura de ningún tipo en este show. Y lo confirmamos con “Golden Shower”. Esta canción fue uno de los momentos en que me dije: “menos mal que mis primitos no están aquí”. En las pantallas, sin ningún filtro, se veían videos explícitos de la famosa “lluvia dorada” (sí, esa práctica… ya sabéis). Fue tan gráfico que vi a algunos padres por ahí tapando los ojos a sus hijos pequeños o directamente marchándose hacia la zona de puestos durante ese tema. Yo me quedé atónita mirando de reojo a mi padre, que ponía cara de “tierra trágame” 😂. A esa altura, decidí tomármelo con humor y recordar que esto formaba parte del teatro provocador de Lindemann. Y la verdad, el ambiente general era de asombro mezclado con risas incrédulas.
Cada canción era un espectáculo en sí misma: en “Platz Eins”, por ejemplo, Till desapareció del escenario y de repente lo vimos entre el público, abriéndose paso rodeado de sus fornidos guardias, como si fuera un sumo sacerdote en procesión. Pasó relativamente cerca de donde yo estaba, y todos a su alrededor en vez de moshing simplemente se quedaron embobados viéndolo caminar entre la gente (¡menuda presencia impone este hombre, incluso solo caminando!). Al volver al escenario, arrancaron “Fish On”, y aquí llegó uno de los momentos más locos de la noche: sacaron un enorme cañón lanza-proyectiles, y empezaron a disparar pescados al público. Sí, piezas de pescado real volando por los aires hacia nosotros 😂. ¡El olor a sardina que quedó en la zona fue impresionante! Till incluso agarró un pescado enorme, le dio un bocado (así tal cual) y luego lo lanzó de un puntapié más lejos aún. Fue grotesco y divertido a partes iguales; algunos gritaban “¡qué ascooo!” mientras otros se reían sin control. Desde luego, nunca había visto nada igual en un concierto.
Y hablando de visual, hubo un instante mágico para el público español. De repente, reconocí unos acordes diferentes y… ¡no me lo podía creer!: Till Lindemann empezó a cantar “Entre Dos Tierras” de Héroes del Silencio 😮. Esta sí que no me la esperaba. La cantó en español, con su acento alemán marcadísimo, pero bastante bien. Fue un subidón patriótico para nosotros: todo el festival la coreó de principio a fin, porque es un himno del rock en español. Miraba alrededor y veía caras de sorpresa y felicidad cantando “Entre dos tiiieeerras estás…”. Yo misma me uní entusiasmada, porque es una canción que conozco desde pequeña gracias a mis tíos. Fue surrealista y emocionante a la vez escuchar a un alemán polémico cantando nuestro rock, pero definitivamente funcionó para unirnos a todos en ese momento. Al terminar, Till hizo una reverencia teatral, como sabiendo que ese detalle nos había ganado.
La recta final del concierto de Lindemann continuó con más provocaciones: en “Skills in Pills” (otra en inglés, con un ritmo machacón), las pantallas mostraban píldoras gigantes con la cara de Till haciendo travesuras escatológicas. Y para rematar, “Du Hast Kein Herz” (no tienes corazón) nos sacudió con su potencia industrial fría. Finalmente, tras aproximadamente hora y pico de show,
Till Lindemann y su banda se despidieron con una gran ovación del público. A modo de outro, sonó por los altavoces la canción “Home Sweet Home” (un clásico de Mötley Crüe) en versión de cuna distorsionada, mientras ellos abandonaban la escena. Fue un final anticlimático pero apropiado a su estilo retorcido.
¿Qué puedo decir? El concierto de Lindemann fue impactante. No puedo compararlo con nada de lo visto antes en el festival. Hubo gente fascinada, gente escandalizada, y gente que se partió de risa (yo me incluyo un poco en cada categoría durante distintos momentos 😅). En lo musical, me quedo con que sonaron muy potentes (aunque me habría gustado menos bases pregrabadas), y en lo visual nos dieron mucho de qué hablar camino a casa. Till demostró que incluso sin los megapresupuestos de Rammstein puede ofrecer un show provocador y único. Me atrevo a decir que muchos salimos de allí un poco aturdidos, pero satisfechos de haber presenciado algo que seguramente contaremos como anécdota durante años (“¿te acuerdas cuando Lindemann nos tiró pescados en Cartagena?” 😂).
Pero atención, ¡que aún no se había acabado el festival! Quedaba una última banda para poner el broche final, y yo estaba decidida a exprimir hasta el último minuto de esta experiencia… Además, esta banda apostó por mi padre como fotógrafo, y sería un placer acompañarles hasta el final.
Mind Driller: Con el listón por las nubes y los pies algo pegajosos (descubrí un trozo de tarta aplastada cerca de mi zapatilla, cortesía de los pasteles que Lindemann lanzó antes, ¡qué cosas! 🍰), llegó el último concierto del Rock Imperium 2025. Los encargados de cerrar la velada (y el festival entero) fueron los alicantinos Mind Driller en el escenario 2. Eran más de la medianoche, y aunque mucha gente ya iba saliendo agotada tras Lindemann, un buen número de irreductibles metaleros nos desplazamos a la zona del segundo escenario para dar el adiós definitivo. Yo estaba muerta físicamente, no lo voy a negar, pero la emoción de aguantar hasta el final me dio fuerzas… y ver a mi padre bajo y sobre el escenario, sudando la gota gorda junto a la banda con sus cámaras, eso también fue divertido jaja.
Mind Driller practica un metal industrial con toques electrónicos, en la onda Rammstein (aunque a la banda me consta que no le gusta mucho que la comparen con la banda germana, pero para unos oídos poco entrenados en esos géneros, es inevitable que me venga esa banda a la cabeza) pero con su propio sello. La formación es bastante curiosa porque tienen tres vocalistas: dos chicos y una chica, cada uno aportando registros distintos (gutural, melódico masculino y voz femenina que a veces es dulce y otras gutural también). Esto me llamó mucho la atención, ya que pocas bandas tienen esa dinámica tan rica en voces, y una puesta en escena tan a¡visual y atractiva. Toda la iluminación (a pesar de las quejas de mi padre como fotógrafo), esos blancos y azules, están inspirados en su reciente lanzamiento «The Void», por el cual cambiaron el look en general, esas cosas las cuida mucho la banda. En la producción, la banda apuesta sobre seguro por Jesús Cámara (Death & Legacy), técnico curtido en mil batallas, nadie mejor que él para ayudarte a sacar tu mejor sonido en directo.
El escenario de Mind Driller estaba preparado con esmero: colocaron unas plataformas para que los cantantes pudieran subirse y moverse a diferentes alturas, y al fondo colgaba un gran telón con el logo del grupo (detallazo que ni algunas bandas internacionales más grandes tuvieron). Se notaba que habían puesto mimo en la estética industrial de la puesta en escena: vestían ropas negras con correas, pintura facial tipo cyborg y luces estroboscópicas sincronizadas con la música. Empezaron su show con “Game Over”, y automáticamente supe que aún quedaba mucha caña por disfrutar. Un riff fuerte acompañado de bases electrónicas retumbó en el ambiente, haciendo cabecear a los presentes casi por instinto. Los tres cantantes, V Stone (voz melódica masculina), Dani N.Q. (voz gutural masculina) y Estefanía Aledo (voz femenina, tanto limpia como gutural), aparecieron sincronizados moviéndose al ritmo robótico de la intro, para luego explotar en energía cada uno en su estilo. ¡Fue un inicio electrizante!
A esas alturas mis pies dolían horrores, pero ver la entrega de Mind Driller en plena madrugada me contagió. Tocaron temas de sus discos Involution y Mind Driller, como “Armour” o “Psycho”, mezclando partes cantadas en inglés, español y alemán. Sí, también meten alemán en sus letras, claramente influencia del género industrial centroeuropeo, y queda muy pegadizo para cantar. De hecho, uno de los temas que más me gustó fue “Ich Bin Anders” (que significa “Soy diferente” en alemán). Lo presentaron diciendo algo como “¡Todos somos diferentes y eso nos hace especiales!”, y esa frase conectó conmigo (la adolescente diferente amante del metal 😌). La canción en sí tuvo un estribillo potente en alemán que incluso sin saber el idioma acabé tarareando/farfullando.
El concierto de Mind Driller fue una sorpresa genial. Mucha gente que no los conocía se quedó flipando y se sumó a la fiesta final en vez de marcharse. Se notaba que los miembros de la banda estaban dando todo lo que les quedaba: Javix a la guitarra lanzando riffs industriales cortantes, Pharaoh al bajo poniendo la nota grave con presencia escénica (llevaba una máscara iluminada que daba un poco de yuyu, pero molaba) y Reimon a la batería marcando ritmos electrónicos mezclados con metal puro. Los visuales, las luces rojas y verdes y la coreografía de los tres cantantes (que a ratos hacían movimientos simultáneos, a ratos interactuaban entre ellos simulando conflictos o locura) mantuvieron el interés constantemente.
Hubo un momento especialmente provocador en que Estefanía simuló una felación con un consolador de utilería mientras uno de los chicos cantaba… 😳 vale, quizás se les pegó algo de la osadía de Lindemann que había tocado antes, jaja. Pero no, mi padre los conoce desde años y esa puesta en escena provocativa está en el ADN de la banda, habrá quien no lo entienda o los juzgue sin conocerlos, al menos eso no lo voy a ahcer yo, todo tiene un porqué y el que quiera profundizar hay una discografía y muchos años de carretera que hablan (y bien) por la banda. Más allá de eso, lo que realmente destaco es que canciones como “Rotten”, “Calling at the Stars” o “Last Drop” sonaron enormes. La gente que quedábamos montamos los últimos pogos del festival, pequeñitos pero intensos, y los tres vocalistas lo gozaron viéndonos. Cuando Estefanía lanzó sus guturales en “Rotten” más de uno alzó las cejas impresionado; ¡menuda voz tiene también para los gritos!
El final del concierto (y del festival) llegó con “The Last Drop” seguido de “Ich Bin Anders”. En “The Last Drop” (última gota) nos incitaron a dar nuestros últimos resquicios de energía. Yo ya casi no sentía las rodillas, pero salté y canté lo que pude sabiendo que luego tendría mucho tiempo para descansar. Y “Ich Bin Anders” fue la despedida perfecta: todos gritamos ese “¡Ich bin anders!” junto a ellos, celebrando la diferencia y la unidad a la vez, en la que ya era la madrugada del lunes. Los miembros de Mind Driller nos aplaudieron a nosotros desde el escenario al terminar, visiblemente contentos, y nosotros les devolvimos el triple de aplausos. Hubo, cómo no, foto finsih echa por mi padre, en la que se puede ver que realmente fue mucho el público que aguantó hasta el final apoyando a la banda. ¡Mis manos ardían de tanto aplaudir! Se reunieron al frente, hicieron una reverencia conjunta y dijeron: “¡Gracias Rock Imperium! ¡Hasta siempre!”. Fue emotivo y catártico.

Epílogo
Y así, con los últimos acordes industriales resonando en el aire nocturno de Cartagena, llegó a su fin el Rock Imperium Festival 2025. Cuando las luces finales se apagaron, me quedé unos instantes quieta, respirando hondo y tratando de asimilar todo lo vivido. ¡Lo logré! Aguanté hasta el último minuto del último día de mi primer gran festival de metal. Miré a mi padre, que me devolvió la mirada con orgullo (y cara de exhausto total 😂) y nos dimos un abrazo lleno de satisfacción. Ambos estábamos reventados físicamente: sin voz, con el cuello dolorido, los pies pidiendo auxilio y una capa de polvo, sudor (y quizá alguna escama de pescado 🤭) cubriéndonos… pero felices.
Mientras nos dirigíamos lentamente hacia la salida, con la marea de camisetas negras avanzando a nuestro alrededor, sentí un nudo en la garganta. Era una mezcla de tristeza porque se acababa aquello que durante cuatro días fue mi mundo, y a la vez alegría inmensa por haberlo vivido. Al volver la vista atrás, vi el escenario principal ya a oscuras y casi pude imaginarlo despidiéndose también. Han sido cuatro días en los que Cartagena se convirtió en la capital del rock y el metal, y yo, una chica de 16 años que llegó nerviosa y sin saber qué esperar, me voy con recuerdos que guardaré para siempre.
Aprendí tantas cosas: descubrí bandas nuevas alucinantes (¡hola Lampr3a!), vi leyendas en acción (In Flames me hicieron llorar de emoción y Death Angel me enseñaron lo que es el thrash de verdad), me reí y enloquecí con shows inolvidables (Municipal Waste y Lindemann, ¡nadie podrá olvidaros!), apoyé a grupos de mi tierra que lo dieron todo bajo el sol (Acrónica, Vendetta FM, ¡orgullo murciano!) y cerré con broche industrial nacional (Mind Driller demostrando que en España también sabemos montar fiestas metálicas de alto nivel).
Pero sobre todo, me sentí parte de una gran familia metalera. Daba igual mi poca experiencia: en cada pogo alguien me ayudó a levantarme cuando tropecé, en cada canto a coro me sentí hermanada con desconocidos, en cada solo de guitarra vi sonrisas cómplices a mi lado. Ahora entiendo por qué dicen que los festivales te cambian un poquito; este, desde luego, me ha hecho amar aún más la música y la increíble comunidad que la rodea.
Nos despedimos del recinto ya entrada la madrugada, con la promesa de volver. Mientras salíamos, un grupo de gente canturreaba todavía el estribillo de “Only for the Weak” y otros imitaban la sirena de “Wave of Death” de Municipal Waste a modo de broma. Yo no podía dejar de sonreír. Tenía el alma destrozada pero el corazón rebosante de alegría.
Rock Imperium 2025 bajó el telón dejándonos anécdotas para dar y tomar y, en mi caso, la certeza de que este ha sido solo el comienzo de muchas aventuras festivaleras. Me fui a casa con la voz casi rota, los oídos zumbando ligeramente y la camiseta hecha un cuadro, pero con una sensación clara: he vivido algo único. Y ahora, a dormir una buena temporada… ¡Nos vemos en la próxima edición! 🤘🥳

