Parábola de la amistad
«Todos me han abandonado, todos menos mis amigos, ¿cómo me van a dejar, si nunca los he tenido» Yosi (Los Suaves)
Los avatares del destino me hicieron naufragar y el mar me hizo dar con mis huesos en una isla desierta. Como soy una persona con recursos, luchadora y positiva, pronto descubrí que en ella tenía lo esencial para sobrevivir, un manantial cercano me proporcionaba agua potable, la usaba no sólo para beber, también para mi aseo. Mi infancia en una ciudad costera me proporcionó los conocimientos necesarios para poder alimentarme de lo que daba el mar. Lo peor era la soledad, pero la lucha por sobrevivir y la esperanza de que un día alguien acudiera en mi rescate, me hacían afrontar cada mañana con ilusión. También estaban los cocos.
Como podéis suponer, una isla desierta ofrece escasos manjares de los que disfrutar, apenas encontré algunas bayas y frutos rojos de escaso sabor y menos valor nutricional… pero había cocos, eran endemoniadamente difíciles de abrir (en la naturaleza no se presentan como los compramos en el súper), tenía suerte si conseguía romper y degustar uno en semanas, a veces meses, tampoco abundaban y su búsqueda era toda una odisea.
Con esos pocos cocos la vida en la isla era más llevadera, algunos eran manjares que duraban unas jornadas, pero al tiempo la mayoría de ellos se deterioraban, otros eran desde el principio una gran decepción, largas horas invertidas en intentar abrirlos para luego descubrir que el interior estaba amargo, pero así son los cocos, nunca sabes si son buenos hasta que los pruebas, como la amistad.
Hubo un coco que se me resistió desde mi accidentada llegada a la isla, grande y hermoso, lleno de agua, con la promesa de ser el mejor bocado de la isla. Fueron muchos los esfuerzos empleados en intentar abrirlo, muchos los días, siempre infructuosos, pero eso solo hacía que mi interés se acrecentara, convirtiendo el logro de conseguirlo en un reto y anticipando que el interior sería lo mejor que hubiera probado nunca, lo convertí en mi tesoro… Ya imagináis que una isla no ofrece muchos alicientes.
Nunca dejé de intentarlo, aunque los continuos fracasos me llevaron al punto de pensar en tirar la toalla y desistir. Hubo temporadas en las que dejé de intentarlo, aunque nunca lo olvidé. Durante ese largo periodo me serví de otros, pero pocos me satisfacían, el tiempo, la edad, te hace más exigente… Y menos paciente; porque aunque veía crecer nuevos cocos, saber que tenían un largo proceso de maduración por delante, para que después de abrirlos quizás no tuvieran buen sabor, eran factores que me hacían intentarlo cada vez menos. Siempre quedaban los peces, y la lucha por capturarlos y convertirlos en mi alimento se llevaban gran parte de mi energía, mantener mi refugio en pie, para obtener cobijo y descanso, se llevaban el resto.
Un día, el coco que tantos años consideré mi tesoro lo hallé en el suelo; golpeado, presentaba una grieta de la que el sol parecía arrancar destellos del blanco esplendor de su interior, o así lo creía, tantos años esperando este momento podían convertir una ilusión óptica en una certeza. No podía dar crédito, sabía que no era mérito mío, el tiempo había debilitado su dura coraza y la caída produjo esa pequeña abertura, pero era sin duda mi oportunidad. Aún así, sabía que quedaba un largo camino si quería lograr abrirlo del todo pero, ¿y si después de tantos años descubría que no tenía buen sabor?
Todos sabemos que si el agua de coco sabe dulce, es casi garantía de que el coco va a estar bueno… casi siempre. Así que cogí el fruto con delicadeza, me acerqué la pequeña abertura a la boca y lo incliné. Solo salió una gota, la grieta era muy pequeña… no es lo dulce que esperaba, no sabía qué pensar. Hacía tanto tiempo que esperaba este momento que no sé si soportaría dedicar el esfuerzo a abrirlo por completo, para descubrir que el coco estaba amargo, quizás debía dejarlo tal y como estaba, seguir soñando como hasta ahora con la promesa de las riquezas que alberga en su interior, porque ¿sabes? he dejado de engañarme pensando que alguien va a venir a rescatarme, y necesito seguir creyendo en la magia. Hay tesoros que quizás es mejor que permanezcan enterrados.