«Daría mi alma al Diablo por atravesar la bóveda celeste, para desaparecer de este aburrido y patético mundo enfermo de hipocresía, avaricia y miseria»
Por Luishard
Amigos de Dioses del Metal, continuamos con la serie de extractos que irán apareciendo como adelanto del libro de nuestro buen amigo facebook Jose de Carrasco y Estrella, «Crónicas de un cuerdo en las manos de un loco», que próximamente verá la luz.
Capítulo I. LA REVELACIÓN
Crónica 1ª. El Paseo De Las Angustias
Versículo 1º. En La Escalera
Se sentía más seguro y sumergido en su mundo que nunca.
Sentado frente a su ordenador se expresaba su incendiado corazón. Tecleaba su última creación en forma de poema, que, al igual que sus relatos, cuentos y novelas, sin ninguna esperanza de éxito por cuenta propia editaría. De fondo sonaba Wish You Were Here de Pink Floid; era su banda favorita y la que le ayudaba a crear mundos paralelos en su imaginación. Había dejado la relación con su pareja hacía tan solo un par de meses. Harto de tanto dolor y después de este último fracaso, decidió dedicarse en cuerpo y alma a aquello que más le gustaba: soñar despierto.
Su cuarto era el reflejo de su propio caos: un habitáculo diminuto y desordenado abarrotado de frases y estrofas del pasado, clavadas con chinchetas retorcidas, cubriendo cada centímetro de la pared. Sucio y arcaico, sosteniendo la pantalla del ordenador, los pequeños altavoces a ambos lados y el teclado, el escritorio más bien parecía un cine de verano abandonado. Todo estaba cubierto de polvo estancado. Ríos de ceniza atestados de colillas escapaban en torrente del rebosante cenicero, esparciéndose y apoderándose de cada rincón del desahuciado y escaso mobiliario. El suelo era un embravecido mar de papel arrugado lleno de historias inacabadas, un cementerio de ideas desechadas, de gritos perdidos en el destierro, un mar sobre el que extendía una flota de latas de cerveza estrujadas cercadas de decenas de bolígrafos sin tinta y lapiceros sin punta usados en otros tiempos… olvidados.
El intenso calor de la calefacción y las ventanas clausuradas estaban empezando a colmar su paciencia. No podía abrirlas porque estaban soldadas por el óxido anquilosado, del mismo modo que le era imposible cerrar la calefacción central al estar la llave estropeada. Con la espesura tóxica envolviendo el castigado cuarto, debido al abuso sin límites del tabaco, y con su propia censura sin un pitillo que echarse a la boca, los nervios comenzaron a apoderarse de sus huesos usurpando en gordo su figura. Pese a sentir la mente resquebrajada continuó escribiendo hasta que le fue inútil seguir hurgando en su ingenio, pues la pantalla de su computadora comenzó a disiparse tras cientos de manchas mortecinas que surgieron de repente ante él nublándole la vista. Frotándose los ojos y achacándoselo al cansancio, se incorporó dirigiéndose con torpeza hacia la ventana. Protegido tras el cristal y durante unos instantes, observó la soledad de la ciudad sumida en sombras. Tan sólo las estatuas de Don Quijote y Sancho Panza, que coronaban el parque de debajo de su casa, eran testigos con él de la mudez absoluta que reinaba en las calles. Justo en ese momento, regalando más misterio y magia a la noche, una estrella fugaz atravesó el firmamento. Al ver la brillante bola de fuego navegando entre los astros sintió cómo se le erizaba la espalda. Cerró los párpados, respiró profundamente, y, sin saberlo, pidió un deseo al clamar al cielo:
—¡Joder! Daría mi alma al Diablo por atravesar la bóveda celeste, para desaparecer de este aburrido y patético mundo enfermo de hipocresía, avaricia y miseria.
Dándose media vuelta, con el propósito de continuar desarrollando su fantasía a través de la escritura, rascándose con las dos manos la cabeza se dijo tres veces seguidas a sí mismo como aquí reza:
—Necesito salir de aquí, necesito salir de aquí, necesito salir de aquí…
De pronto y sin esperarlo, un extraño y eléctrico chasquido metálico proveniente de su vieja computadora provocó un pequeño apagón que duró escasos segundos. Al volver la luz y recuperarse la pantalla de la negrura, todas las ideas plasmadas en ésta recientemente de forma extraordinaria brotaron hacia el exterior. Las letras se deslizaron una tras otra flotando descaradas en el aire creando figuras en movimiento: una cruz, una isla utópica, un dragón azul, una avispa gigante, escobas siniestras, dos lunas de un mismo firmamento, etc. Por un instante, sus quimeras transformadas en fantásticas siluetas revolotearon por el cuarto sin vergüenza alguna. Perplejo e inmóvil, a la vez que dudaba si se encontraba despierto o a medio camino de un sueño alucinatorio, observó atónito el increíble espectáculo que se desplegaba reflejándose en sus retinas.
Durante el transcurso de la insólita experiencia y a tan sólo medio metro de sus iluminadas pupilas, como si de un truco de magia divina se tratase, de un punto invisible en el espacio surgieron decenas de hilos de niebla rodeándole. Ante su incrédula mirada la niebla envolvió a las figuras compuestas con sus propias frases y, en menos tiempo que un empresario explotador convierte a un trabajador honrado en un pobre desahuciado, se las arrebató in situ, marchándose por el mismo punto etéreo por donde había llegado, desapareciendo en el vacío ipso facto.
Espantando a sus fantasmas arrastraba muchas horas sentado frente a sí mismo, e indagando en sus entrañas se vertía en sus abismos… llenos de luces y sombras. Con el alma cuarteada y sus sentidos difusos, físicamente el poeta tampoco es que se cuidase mucho. Su cerebro desbordado de creatividad junto con el agotamiento que tenía estaba empezando a pasarle factura. Escéptico por lo que había sucedido parpadeó quitándole importancia al asunto, dando por hecho que todo había sido producto de su imaginación.
—Bufff… estoy agotado —dijo después de dar otro cabezazo por el cansancio.
Y apagó el ordenador sin percatarse de que no quedaba ni una sola expresión de su reciente trabajo; todo se había esfumado. Sin embargo, en la última y fugaz mirada que echó, pudo leer en el centro de la pantalla: ¡Que Así Sea!
—¿Qué así sea?, que raro… no recuerdo haber escrito eso.
Su extenuación mental no le permitía plantearse ninguna duda y prefirió no darle mayor trascendencia al tema, total… solo era una frase sin sentido. En esto, se levantó de la silla prácticamente dormido, y tambaleándose con los párpados pegados se dirigió al baño. Mientras se despejaba lavándose la cara y la nuca con agua fría, pensó que tal vez sería buena idea desconectar un poco. Y decidió bajar a la calle a dar un relajante y fresco paseo.
—Así aprovecho para comprar tabaco y tomar un poco de aire, que me hace falta…
Vivía de alquiler en un pequeño apartamento en el centro de la ciudad de Audrid, en la planta número 13 de un antiguo edificio ubicado en la Plaza del Quijote. El ascensor se había estropeado debido al apagón, de manera que tuvo que bajar por la escalera. Lo peor es que era viernes y el técnico del aparato que sube y baja no volvería hasta el lunes siguiente.
—¡Joder, que casualidad! —exclamó, consciente de que tendría que subir y bajar durante todo el fin de semana por la interminable y vetusta escalera.
De estilo clásico, era estrecha e inclinada, de madera antigua y tenía poca luz. Al igual que en una tétrica película de terror, parecía atrapar a cualquiera en el tiempo con fervor. Daba la sensación de que sus crujientes y chirriantes peldaños no se acabarían nunca.
Ese día, el arruinado escritor se encontraba más nervioso de lo habitual, y su descenso por los interminables escalones estaba empezando a quebrantar su cerebro desesperándole más de la cuenta. Él solo quería salir a la calle. Pero cuando estaba cerca de conseguir su objetivo, una de las dos puertas del primer piso se abrió con delicadeza llamando su atención.
—Hola Gustavo, ¿te acuerdas de mí? —le susurró una voz dulce.
Ante él se encontraba la chica más bonita del mundo. Era más que preciosa. Parecía una vampira saliendo de su morada como el que no quiere la cosa. Lucía el cabello largo y liso de color negro, con el flequillo recto cubriendo su frente. Tenía la tez afilada, la nariz roma y los labios finos, cuidadosamente perfilados, regalando con atino una sonrisa tan hermosa como encantadora. En su rostro destacaban sus dulces ojos de miel con las pupilas negras y brillantes como las de una ninfa. Poseía la mirada más mágica, sincera y penetrante que el mundo de los mortales había visto nunca. El suave sonido de su voz, el misterio que guardaba tras el velo de su mirada divina, su olor a dulce perfume erótico, su cuerpo esbelto y su piel de seda se hicieron irresistibles para el intrépido y asombrado poeta, convirtiéndole en su esclavo al igual que hizo con el lobo la luna.
—Pues… no. Lo siento. No me acuerdo de usted, señorita —respondió tímido, sin poder disimular el calor de su rostro sonrojado.
La chica de la escalera se dirigió a él agarrándole de la mano con la intención de llevarle a su morada, mientras le decía:
—Entra aquí Gustavo, te necesito mi amor, ven por mí.
Sorprendido e hipnotizado, pensó:
—¿Sabe mi nombre? ¿Gustavo, te necesito mi amor, ven por mí…?
Alucinó. No daba crédito a lo que le estaba ocurriendo, ya que no recordaba haber visto nunca a esa dama, que era una verdadera belleza de la naturaleza y que sin conocerle de nada, que él supiera, le había invitado a entrar en su casa.
La tentación personificada se presentaba ante su vista descalza y prácticamente desnuda, con un conjunto más que sugerente. Con clase y sensual al igual que una diosa, a través de un camisón semitransparente mostraba con sutileza todos los detalles de su estilizada y perfecta silueta. Dejando entrever el torso al descubierto, revelaba con finura sus bellos y erguidos pechos. Ajustándose a las curvas de sus encantos secretos lucía un culotte a juego con un estimulante liguero, poniendo de manifiesto la belleza de sus piernas. Sus movimientos suaves y lentos hacían que pareciera flotar en el aire, desprendiendo y dejando tras de sí un dulce aroma que, por algún extraño motivo, embrujaba al escritor sobremanera.
¡Pum!
Se cerró la puerta aislándole de la escalera.
Una vez en el interior del apartamento fue consciente de su no retorno, y optó por dejarse llevar por la situación fascinado por la hermosura. No podía controlar el embrujo que ejercía sobre su persona. Era superior a sus fuerzas. El aroma y la voz hipnotizadora poco a poco le fueron resultando familiares, sin poder recordar el por qué, ni distinguir el cuándo, ni mucho menos el dónde se había topado anteriormente con ella.
—Tal vez en mis sueños… —pensó.
La joven dama se dirigió a sus aposentos, que se encontraban al fondo de un estrecho, oscuro y largo pasillo. Deslizándose sobre el piso, hizo un movimiento suave y refinado con el dedo índice de una de sus manos invitándole a que la siguiera. Decidido a ir tras ella, cruzó el singular corredor.
Ya en el umbral del deseo, la extrañeza le invadió por completo al darse de bruces con la siniestra decoración: vacío, con las paredes negras, adornado con decenas de tiras de terciopelo rojo y negro pendiendo de la nada. Pero lo que encendió la alarma de su interior dejándole del todo paralizado, aparte de que el dormitorio careciera de cama y ventana alguna, fue que las paredes eran gruesas rejas negras mimetizadas a la perfección con el color de la oscuridad más impura. Sorprendiéndole en el acto, un gélido escalofrío recorrió su espina dorsal arrancándole la excitación de cuajo. Con ánimo de evadirse tras tremendo gatillazo y sin tiempo a retroceder dando siquiera un paso:
¡ZUMM!
Sin comprender cómo y sin poder esperarlo, un denso manto de niebla invadió la estancia haciendo desaparecer todo de golpe y porrazo.
—¡Dios! ¿Qué coño ha pasado? ¿Dónde estoy? —exclamó asustado, sintiendo cómo el vapor de su aliento se helaba al instante.
Fue increíble. En un abrir y cerrar de ojos todo se había desvanecido: la chica, la escalera, el camisón, etc., más el muchacho se encontró solo y aturdido sobre la fría acera de la metrópoli, bajo la luz de la farola que iluminaba la entrada de su portal.
—Estoy en mi calle —pensó—. Entonces, ¿cómo he llegado hasta aquí? ¿Me he mareado y ha vuelto a traicionarme la imaginación? Aaayyy —suspiró—. Tal vez necesite a una mujer a mi lado, porque de lo contrario, de tanto tocarme… creo que voy a volverme loco.
A pesar de todo, no le quiso dar la más mínima importancia a los acontecimientos excepcionales que le estaban ocurriendo. Prefirió pensar que los abusos de algunas drogas que había consumido en el pasado le estaban dando toques de atención, pero tampoco parecía preocuparle demasiado. Lo que nunca pudo imaginar, bajo los conceptos de su dudosa cordura, es que todo lo sucedido podría haber sido real. Lo que ni por asomo sabía, era que el chasquido metálico que provocó el apagón a través de su ordenador cambiaría por completo su vida… para siempre.
Y comenzó a caminar.