«Lo que nubló su entendimiento dejándole completamente desorientado, fueron la mayoría de las prendas y utensilios que se agolpaban perfectamente ordenados en el interior del armario. Más que el guardarropa de un párroco, parecía el de un hombre lujurioso, un travieso juguetón o un actor pornográfico»

Por Luishard

Amigos de Dioses del metal, tercera entrega del escritor José de Carrasco y Estrella

Capítulo I

LA REVELACIÓN

Crónica 2ª

Delirios En La Iglesia

Versículo 1º

La Casa De Dios

La desidia y el abatimiento se estaban apoderando de él, pero su fuerte corazón jamás se planteó la idea de rendirse. Levantando el espíritu miró hacia arriba, y se encaramó hacia la parte más alta del árbol. Con una mezcla de mala leche y fuerza de voluntad llegó casi a la copa con la intención de vislumbrar signos de movimiento o vida, comprobando sin éxito lo lejos que de ello estaba. Por más que lo deseó no detectó ni un gramo de actividad, viéndose cada vez más envuelto en su dantesca pesadilla. Sin embargo, a lo lejos divisó cómo se alzaba una humilde pero majestuosa iglesia. Colmado de indignación, desesperación y rabia, bajó a toda prisa del árbol y se dirigió hacia ella sin pensarlo. Ya frente al santuario, descubrió para su suerte que, de forma un tanto curiosa, una de las enormes puertas de madera que daban acceso a su interior estaba entre abierta. Le resultó muy extraño que a pesar de su gran tamaño ésta pesase como una pluma.

La iglesia era peculiarmente acogedora. El suelo era de piedra gris con un singular e intenso brillo en el que se reflejaba toda la parte de arriba: llena de colores. Disponía de dos pisos superiores que estaban rematados por una cúpula de cristal de forma octogonal. Las paredes estaban pintadas de color azul, de una tonalidad que, por las mañanas, con los primeros rayos del sol, este azul se convertía en un lila resplandeciente, el cual, a su vez, mezclado con la amalgama de colores producida por la luz al atravesar las numerosas y extravagantes ventanas de vidrieras, hacían del templo un espacio realmente mágico y excepcional. Tenía un par de corredores adornados con rosales que la rodeaban en su interior en la primera y segunda planta. La nave, con once por tres filas de bancos de madera frente al presbiterio y el altar, quedaba al descubierto como si de un patio interior se tratase. Estaba rodeada por doce columnas de piedra envueltas en enredaderas, seis a la izquierda y otras seis a la derecha, dejando dos estrechos pasillos entre ellas y la pared. A los pies de cada columna se hallaba una estatua inquietantemente realista, representando cada una a un Apóstol. Llamaban más de la cuenta la atención cuatro enormes cuadros, encarnando a cada uno de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis que, ojo avizor, guardaban las esquinas. Por encima de todas las cosas destacaba el Cristo clavado en la cruz. Parecía estar hecho de carne y hueso y daba la sensación de estar vivo, sudando y sangrando, custodiando e imponiendo respeto en su humilde morada. Se encontraba ubicado frente a las puertas de acceso, alzado a tres metros de altura sobre el altar. Estaba sujeto con cadenas a ambos lados quedando claramente inclinado hacia adelante, apoyado con el pie de la cruz sobre una cuña de madera atornillada a la pared.

El ateo y osado muchacho accedió al templo sagrado a las 3:33h de la madrugada. Entonces, con la luna llena gobernando el firmamento, más que la casa de Dios parecía la morada de un abominable vampiro habitada por cientos de sombras tenebrosas.

Una vez dentro…

¡PUMM!

La puerta se cerró sola dando un portazo.

Sin mirar atrás, Gustavo se detuvo al dar la primera zancada. Alzando la cabeza clavando su mirada en el Cristo, exclamó en voz alta como un mal bicho:

¿Existes? ¿De veras existes…? ¡Tengo muchas dudas al respecto! ¡¿Quieres que te diga lo que pienso?!

 Resonaron sus palabras con profunda reverberación, colándose hasta el último rincón de la parroquia. Llenó sus pulmones de aire, hizo una pausa y continuó escupiendo sus pensamientos de modo desafiante: 

 Quiero ver la furia en los dientes ajenos, pero solo veo un rebaño de ovejas sin sueños gobernados por lobos con piel de cordero. Vivimos en un mundo hipócrita donde la gente dice lo que no piensa, hace lo que no quiere y sonríe a quien no debe; un mundo al revés donde la avaricia y la locura se están apoderando de la libertad y la razón. ¿Y dónde estás tú que no te veo? ¡¿Dónde estás tú?! ¡Que te jodan! ¡Que os jodan a todos! ¡Estoy rodeado de idiotas! 

 Cada vez gritaba más fuerte, pasando del reproche a la burla:

 Pero… Oh. ¿Qué oigo? ¿Qué veo? Oh, sí… eso es. Aportaaad hermaaanos a la caaasa del señooor. ¡Él es el futuuurooo! ¡La igleeeesia es el futuuurooo! Jajajajaja… Jajajajajaj…

 Rió a carcajadas del todo desencajado hasta que, exhausto, terminó desplomándose en el suelo. Antes de perder el conocimiento, preguntándose por qué a lo largo de su vida nadie había prestado mínima atención a sus palabras, pudo distinguir una sombra aproximándose a su persona. Con los ojos cerrados sintió el calor de una mano posada sobre su frente y, en la lejanía de su agotamiento, escuchó una voz tierna y conciliadora que le decía:

Porque, a veces, la sensibilidad se encuentra allí donde nadie quiere mirar… 

Versículo 2º

Encuentro Con El Sacerdote

Descansado, despertó tendido sobre un viejo, ancho y confortable camastro. No recordaba cómo había llegado hasta aquella extraña habitación, empapelada con estampas de santos y posters de grupos de rock de los 80.

En un momento dado

 Toc, toc, toc

 Alguien golpeó con delicadeza la puerta, preguntando:

 ¿Se puede?

 Por supuesto, pase... —contestó intrigado, al percatarse que la voz que le hablaba era la misma que escuchó antes de perder el conocimiento.

Ya en la habitación:

¿Qué tal se encuentra joven? ¿Ha descansado bien?

Desconcertado e incorporándose de golpe:

Bien, ehhh… ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Cuánto tiempo llevo dormido? ¿Escuchó lo que dije al entrar en la iglesia? —preguntó con timidez y envuelto en la vergüenza, sin salir de su asombro al ver a un joven con sotana postrado a los pies del catre.

 Con voz calmada, el sacerdote respondió:

Tranquilo hijo mío, soy el padre J. Simón. En la casa de Dios estás a salvo. Nos hallamos en la primera planta, en uno de los dos dormitorios que posee el templo. Lleva durmiendo tres noches y tres días sin interrupción. Hoy estamos a lunes 16 y son las 21:00h de la noche. Ha tenido mucha fiebre y no dejaba de delirar y esputar ofensas. Gracias a Dios, al vino, a las hostias consagradas que le he dado y al agua bendita con la que le he lavado se encuentra mucho mejor. A esta habitación le subí yo mismo después de su desmayo. Y si… escuché todo lo que dijo, pero ya está perdonado. Por cierto… He de comunicarle que tuve que deshacerme de su vestimenta porque estaba completamente destrozada. Dese una ducha con agua caliente y póngase algo de ropa limpia — añadió señalando a un pequeño y destartalado armario.

El padre J. Simón era un joven apuesto, aunque no muy alto, atlético con un toque desgarbado, limpio y educado, muy preocupado por su imagen exterior. De pronto cogía tres kilos como que adelgazaba cuatro. Nunca decía su edad, aunque todo el mundo sabía que tenía treinta años. Del mismo modo tampoco le gustaba decir su primer nombre, con la finalidad de evitar posibles rencillas del pasado. Era auténtico en todo lo que hacía. Su predicación iba de la mano del ejemplo y procuraba que su vida fuera expresión viva de su palabra. Ahora vivía por y para los demás. Comprometido con las causas justas y con las personas desfavorecidas, se dejaba la piel día y noche ayudando al prójimo y a los más necesitados.

Cuando termine venga conmigo amigo. Le daré algo de comer y beber, que seguro que lo agradece. Y después, solo si usted quiere, puede contarme lo que le ocurre para ver si yo puedo ayudarle de alguna forma. Por cierto ¿Cómo se llama?

  Gustavo.

Bien… encantado de conocerle Gustavo. Yo iré preparando la cena mientras usted se da esa ducha y se pone cómodo —dijo sonriendo mientras abandonaba la estancia y cerraba la puerta con suavidad.

 La habitación era humilde, con una pequeña ventana que daba a un patio interior. Asomándose por ella, vio una H grande dibujada en el suelo que le pareció una especie de punto de aterrizaje. Curiosamente, aquella H estaba escondida en el centro de un precioso laberinto de setos de marihuana, dentro a su vez de un colorido jardín que daba vida y magia al patio. Aparte del camastro y el pequeño armario, en la alcoba había una mesita de noche con un diminuto cajón de madera tosca roída por los ratones y una silla coja calzada con un zapato. Llamaba la atención un espejo antiguo recostado en la pared, haciendo equilibrio sobre la nuca de un viejo Cristo de madera que permanecía de pie, apoyado de forma milagrosa por su carcomida y humedecida base de la cruz sobre un deteriorado lavabo; lavabo que se encontraba fuera del baño.

Al quedarse a solas, lleno de pensamientos y con la curiosidad de un gato, lo que más llamó el interés de Gustavo no fue la H dibujada en el jardín dentro del laberinto del patio, ni siquiera el Cristo que sujetaba el espejo sobre el lavabo. Lo que nubló su entendimiento dejándole completamente desorientado, fueron la mayoría de las prendas y utensilios que se agolpaban perfectamente ordenados en el interior del armario. Más que el guardarropa de un párroco, parecía el de un hombre lujurioso, un travieso juguetón o un actor pornográfico. Guardaba decenas de prendas de látex, vinilo, piel y cuero, artefactos amatorios, aceites afrodisiacos, lencería libertina y muchos juguetes eróticos. Para darle más misterio al aparador salaz, brillaba por su ausencia la ropa de caballero.

Hallando por suerte en el fondo del armario descocado: unas botas de cowboy, unos pantalones vaqueros, una camiseta negra con un cráneo escarlata estampado en el centro gritando, y una cazadora de cuero… suspiró aliviado.

Bufff… menos mal. Me pondré esto —pensó, mientras colocaba aquella ropa sobre la silla coja.

Por fin, con los huesos descansados y con la mente serena, decidió lavarse de arriba abajo. El cuarto de baño tenía una cortina por puerta y era diminuto, dejando el espacio justo para la taza del wáter y el plato de ducha que, a pesar de su estrechez y de no verse un carajo, olía bien y estaba impoluto.

Una vez aseado, se vistió con la única ropa decente que había. No era de su estilo pero parecía estarle hecha a medida, incluso el calzado. Todo le quedaba como un guante y le daba un toque realmente peculiar y rockero. Dándose los últimos retoques frente al espejo y mirando preocupado su retrato, no paraba de devanarse los sesos pensando en los  truculentos episodios que había experimentado. Dando media vuelta con la intención de bajar a cenar, se dijo para sí mismo:

Tienes que parar. Has de relajarte y pensar en blanco. Además… ni siquiera sabes si todo ha sido real. Relájate Gustavo, que eres joven y prometes.

Justo antes de abandonar la alcoba, sintió cómo un poder invisible le empujaba a volver sobre sus pasos. Girándose con ímpetu, clavó su mirada en el Cristo de madera castigado en el lavabo. Con cierto recelo y sintiéndose observado, se aproximó a la figura sagrada liberándola de su tormento. Quitó el espejo de su nuca y le colocó sobre el lavabo, entre el grifo y la pared. Y atento, dejó al hastiado Cristo reposando sobre el camastro con sumo cuidado, dándole aliento. Tras esa mística acción percibió la sensación de que una fuerza sobrenatural colmaba de luz y sosiego a su noble corazón. Lleno de fuerza y ventura, dejando atrás la amargura de sus molestos recuerdos, con paso firme y premura abandonó el dormitorio recitando:

Mi corazón rechaza la razón del sin razón de odiarme cada día. Prefiero amarme y respetarme aunque la felicidad me cueste, que caminar por la vida como un fantasma carente de dirección ni armadura que vendió su alma al sin sentido de una lenta y ruinosa muerte. Viviré como he elegido, y ya no quiero a mi lado a ningún cobarde aliado que esconda su cabeza al primer ruido.

Por primera vez, desde las 23:11h del fatídico Viernes 13 de Enero de 2022, después de tres días de intensa fatalidad, el poeta atormentado se sintió francamente bien. Hambriento, con las tripas rugiéndole por dentro, bajó del primer piso con el corazón pleno y relajado. Pero la relajación le duró más bien poco… 

Deja una respuesta